A continuación les presentamos las palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas durante el rezo del Angelus en la Plaza de San Pedro el domingo 11 de diciembre de 2005, estamos seguros que nos podrán ayudar a reflexionar sobre el verdadero Espíritu de la Navidad.
BENEDICTO
XVI
ÁNGELUS
Domingo
11 de diciembre de 2005
Queridos hermanos
y hermanas:
Después de celebrar la
solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, entramos en estos días en el
sugestivo clima de la preparación próxima para la santa Navidad, y aquí ya
vemos erigido el árbol. En la actual sociedad de consumo, este período sufre,
por desgracia, una especie de "contaminación" comercial, que corre el
peligro de alterar su auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la
sobriedad y una alegría no exterior sino íntima.
Por tanto, es
providencial que la fiesta de la Madre de Jesús se encuentre casi como puerta
de entrada a la Navidad, puesto que ella mejor que nadie puede guiarnos a
conocer, amar y adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Así pues, dejemos que ella
nos acompañe; que sus sentimientos nos animen, para que nos preparemos con
sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al
Hijo de Dios que vino a la tierra para nuestra redención. Caminemos juntamente
con ella en la oración, y acojamos la repetida invitación que la liturgia de
Adviento nos dirige a permanecer a la espera, una espera vigilante y alegre,
porque el Señor no tardará: viene a librar a su pueblo del pecado.
En muchas familias,
siguiendo una hermosa y consolidada tradición, inmediatamente después de la
fiesta de la Inmaculada se comienza a montar el belén, para revivir juntamente
con María los días llenos de conmoción que precedieron al nacimiento de Jesús.
Construir el belén en casa puede ser un modo sencillo, pero eficaz, de
presentar la fe para transmitirla a los hijos.
El belén nos ayuda a
contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la
sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís quedó tan prendado del
misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en Greccio con un belén
viviente; de este modo inició una larga tradición popular que aún hoy conserva
su valor para la evangelización.
En efecto, el belén puede
ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la
humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, el cual "siendo rico, se
hizo pobre" (2 Co 8, 9) por nosotros. Su pobreza enriquece a quien
la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los que, como los pastores de
Belén, acogen las palabras del ángel: "Esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc
2, 12). Esta sigue siendo la señal, también para nosotros, hombres y mujeres del
siglo XXI. No hay otra Navidad.
Como hacía el amado Juan Pablo
II, dentro de poco también yo bendeciré las estatuillas del Niño Jesús que los
muchachos de Roma colocarán en el belén de su casa. Con este gesto de bendición
quisiera invocar la ayuda del Señor a fin de que todas las familias cristianas
se preparen para celebrar con fe las próximas fiestas navideñas. Que María nos
ayude a entrar en el verdadero espíritu de la Navidad.